viernes, 16 de noviembre de 2007



Comentario sobre L’intrigue de l’histoire

Ayer 14 de noviembre de 2007, en la Salle Zero (15 y 17, Vedado), con curaduría de Andrés D. Abreu, asesorada por Rufo Caballero, vimos L’intrigue de l’histoire, última propuesta del cineasta Enrique Alvarez Martínez (La Habana, 1961).

El conjunto lo conforman dos piezas, El malestar de Sofía y Lenine, material ou virtuel, creadas por Alvarez e Igor Urquiza, con realización de Roberto R. Mori. La primera, ubicada en la puerta de la Salle, es una foto manipulada que, como reflexión más relevante nos suscita el recuerdo del tratamiento de imagen al que, en los años 80s, recurriera Arturo Cuenca en aquellas series, hoy paradigmáticas, donde cuestionaba la supremacía de los aspectos ideológicos sobre los científicos en el discurso político.

Traspasado el umbral, cuando entra a lo que sería quizás el zero de la salle, uno puede sentarse y apreciar que, recurriendo al proceder loop para crear L’intrigue... sobre una gama no cromática, más bien a base del duro, escueto contraste tonal del blanco/negro y pocos semitonos, los autores hilvanan una especie de inventario de imágenes e imágenes e imágenes… poco manipuladas, casi intactas, de Vladimir Ilich Ulianov (1870-1923), personaje histórico trascendido en Lenin, su para muchos paradigmático alias de conspirador. Después de un rato de ver un estático, dibujado Lenin, en Octubre, Lenin en febrero, Lenín con su hermana y la Kupskaya, Lenin, con los obreros, y los campesinos…aparece la imagen cinética de alguien que, como actor, alguna vez desempeñó el rol de líder del proletariado mundial; y, finalmente una imagen mas manipulada, pero no hasta deformarse, de un Lenin que, sardónico, casi al nivel de Mona Lisa, te guiña un ojo.

“Es una interrogante abierta a la crisis de conocimiento, la capacidad de reflexión, la ausencia de ideas, al olvido, a la irresponsabilidad social”.

Esta idea, anticipada en el catálogo como una reflexión interrogativa sobre la historia, en tanto que construcción humana, se nos exhibe como una monótona formalización, un clip de la Apassionata, de L. v Beethoven (Bonn, 1770-Viena, 1827). La intensa pieza musical –según dicen- atraía especialmente al líder revolucionario que, hace noventa años, intentara la puesta en escena del comunismo real, el que no estaba en los libros de Karl Marx y Fredric Engels.

La unión de Beethoven, como soporte rítmico, Lenin y su simulacro, en tanto que recurso significativo y Alvarez (con sus acompañantes), como reflexivos artistas implica una amplia polisemia. Lenine, material ou virtuel nos refiere al fin del clasicismo con el músico sordo; la cúspide de la modernidad a través del líder bolchevique; y al sistema de análisis postmoderno, con Alvarez y su gente. Doscientos años de historia moderna pasan ante nuestros sentidos como una gran hipérbole, una cosmovisión, pero este conjunto no concluye, en nuestra opinión, en una pieza consistente.

De la sucesión de imágenes que siguen el intenso contrastante ritmo y la profunda emocionalidad de la pieza musical, deriva un sistema de yuxtaposiciones carente de unidad. Quizás fue la intención de Kiki Alvarez demostrar que la historia no fluye con la linealidad programática que nos muestran los textos académicos. No lo sabemos. Pero por lo que vimos el resultado de su pieza apunta hacia una demostración asimétrica. El equilibrio de los componen sonoros y visuales, enfrentado a la independencia de los niveles conceptuales del conjunto, conducen a una conclusividad dialéctica. El asunto se expone según una lógica binaria donde la conclusión no deriva del texto, sino del contexto que nos crea. Por eso llega a un resultado no hegeliano, un final –de haberlo- que no culmina en un fin superior. Todo queda “abierto”, como se aclara en las palabras del catálogo.

Los elementos que componen L’intrigue de l’histoire discurren, reflexionan con absoluta independencia unos de otros. Evidentemente la formalización aleja la pieza del idealismo empirocriticista de Avenarius y lo acerca al materialismo (la “verdad objetiva” que proclama Lenin en las palabras de presentación del catálogo), pero no al dialéctico ortodoxo, patrocinado por sus epígonos, a lo largo de los noventa años que nos distancian del evento Revolución de Octubre.

Resumiendo, si Kiki y sus colaboradores se propusieron demostrar la incoherencia, la falta de unidad, entre la idea y la praxis, el proyecto y sus resultados, la realidad y las ideas que la predefinen, L’intrigue de l’histoire es una obra consumada, que descubre la falsedad del universo idílico de “los payasos que se titulan catedráticos”. Si no, veremos.



Liz@Jac
lametatranca

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