jueves, 14 de febrero de 2008

TIERRA PROMETIDA




Confieso que nunca había escuchado hablar de Manuel Pérez-Beato, hasta que husmeando entre las ruinas, como diría mi amigo, el arquitecto Rafael Fornés, lo que queda de la biblioteca de mi abuelo, el Dr. Jacinto Liborio La Vallée Armenteros, descubrí su artículo La Falacia del Idioma Indo-cubano. Publicado entre las páginas 145 y 154 de la Revista Bibliográfica Cubana, correspondiente a enero-febrero de 1936, el desconocido Manuel (mi socio Manolo) deconstruye uno de los mitos cimentados en la estructura cultural del archipiélago, la existencia de una lengua aborigen cubana.

Para demostrar La Falacia…, Pérez-Beato indica que los perros aborígenes, famosos debido a su mutismo, no fueron más que almiquíes, animal endémico al que, demuestra el autor inexistente en la historia oficial, corresponden las descripciones de los cronistas españoles. Indica Pérez-Beato que la palabra Guabiniquinaje, con que presuntamente los indo-cubanos designaban a tales portentosos canes silentes (o silenciados por el poder conquistador, como ha demostrado cierta tradición de cambio), corresponde al vocablo al mudéjar (hispano-árabe) Guabhimákaana o “animal como (parecido a un) perro”.

De la misma forma la voz pretendidamente aborigen Yaguana (convertida después en Iguana en el proceso de criollización) corresponde a Henax, lexema con el cual los árabes designan a las sierpes, pues con este nombre fue que los cronistas compararon la existencia de aquellos animales.

Pero lo increíble, lo que borra toda noción de aborigenismo de la categoría antropológica “cubana” y de la cubanidad en sí es que, según Pérez-Beato, el axiema que designa “ajiaco” no es de origen autóctono. Paradigma de cubanía, introducido por el criminalista devenido antropólogo Don Fernando Ortiz, ajiaco deriva de la palabra axiaj, con que los árabes denominan a las reuniones, juntas, ayuntamientos… Verdaderos ajiacos. Pero también la fórmula de mezclar viandas y carnes en un caldo común es llamado cocido, mondongo y otros condumios, según el lugar donde se cueza. Pero resulta que, como explica mi socio Manolo, cualquier hispano de la era conquistadora de los Hausburgo, con preferencia los componentes de la plebe marinera, en su mayoría provenientes de Al Andaluz, nombrarían axiaj a lo que vieron cocinando a los tainos.

Como nadie lo conoce, cualquiera podría suponer que el autor de La Falacia… emigró del país, se fue; mas ¿cuándo? Y ¿hacia dónde?… pero no sé, tengo mis dudas… a lo mejor es uno de esos “alguien” sin importancia para la cultura que dice Abel, o un impostor, uno que nunca fue reconocido, a pesar de la agudeza de su artículo, por los innumerables “quinquenios grises” que han jalonado nuestra historia republicana.

A mi modo de ver, el aporte de Pérez-Beato a la historiografía nacional ha sido introducir en el sistema cultural cubano, tan defendido por el ministro Prieto, reputado de liberal, que la noción de cambio (entendido como alteración, variación, modificación, transformación, reforma…) se encuentra en las raíces mismas de la nacionalidad, de sus descriptores inaugurales, de la visión reduccionista que de Cuba surge para quien la analiza desde el poder. En consecuencia nadie debe asombrarse de que pueda suceder un “cambio” en un país que de tanto cambiar no se parece a nadie, ni a sí mismo.



III

Al defender, por miniaturización, la deserción como sistema, el ministro Prieto actúa como el padre las Casas, uno de los inventores del idioma aborigen. Si se confrontan sus afirmaciones con la existencia de investigadores como Pérez-Beato, desconocidos al nivel inmediático con que el funcionario cubano vislumbra la trascendencia cultural, veremos que cualquier persona, por insignificante y/o desconocida que pueda ser en la opinión de otros, está en la capacidad de alterar el curso oficial de la cultura. No basta con sentarse a ver por enésima vez al Ballet Nacional interpretar su lujosa versión de Cascanueces; o escuchar las caricaturas del cubano acuareladas por Carbonell; o arrollar tras el glorioso féretro de Tata Güines, en el Cementerio de Colón, para participar de lo cubano. La cubanía se ha extendido y enrarecido-enriquecido tanto en su dimensión cosmopolita, que el exótico carnaval de la calle 8 de Miami puede adquirir una mayor categoría de autenticidad que los de La Habana. Es más, que las culturas crecen cuando desconocidos como Alejandro Hernández o Eliécer Ávila, emiten en la UCI, lo que el periodista Fernando Rasverg reseña como “preguntas difíciles”, opiniones discordantes, alternativas. Cuando alguien disiente, la cultura crece, como los ríos se desbordan, inundan, fertilizan y devastan. Como todo fenómeno natural la cultura no produce los daños colaterales que sí logran las condiciones excluyentes derivadas de ciertas políticas. Eso conduce a deducir que el fascismo es un método no una sistema ideológico estricto, lo que explica que Bush pueda aplicárselo a los estadounidenses del siglo XXI, al prohibirle que puedan viajar cada vez que se les ocurra a la Cuba donde nacieron.

La posición o el desafortunado comentario de Abel, adquiere mayor relieve cuando, para mi gusto, a un perfil mediático muy bajo, el Gobierno Revolucionario ha promovido un “diálogo”, en el cual, según fuentes oficiosas, personas anónimas, cuyo peso en la cultura nacional, según el raciocinio del ministro Prieto, es mucho menos que insignificante, han vertido 1 300 000 opiniones críticas sobre diversos temas de la vida (la cultura) cubana. A ese cúmulo verdaderamente desmedido de opiniones, entre favorables y adversas, como es lógico, al sistema cultural cubano, habría que agregar las de los miles y miles de desertores que, sin dudas, opinaron con los pies, cuando se fueron de la isla, aun sabiendo que lo harían para siempre. Y le aseguro, Abel que no son pocos. Él lo sabe muy bien, mejor que yo. Y sabe más, sabe que muchos de ellos tratan de regresar y no los dejan. Evaluando el contexto creado por desertores y disidentes, el escritor y periodista Leonardo Padura, en un artículo titulado “Cuba: ¿Cambia o no cambia?” considera que algo habrá que cambiar, porque otra vez “el inmovilismo y la atrofia burocrática no podrían ser la solución que merece y exige el país” (el subrayado es mío).

Por su parte el controvertido Silvio Rodríguez, figura que debe tener un alto rango en el esquema de trascendencia cultural del ministro Prieto, tras concluir una significativa Expedición nacional por las prisiones del país, ha dicho que no quiere deber su trascendencia a ser considerado “el Rodrigo de Triana de los problemas” que aquejan al sistema (cultural) cubano. Silvio afirma que su preocupación central de hoy cuestiona el casi nulo acceso de los ciudadanos naturales a los hoteles destinados para turistas extranjeros. En la premier del filme “Hombre sobre Cubierta”, donde dos jóvenes artistas abordan el primer viaje al exterior del cantautor, Silvio pidió la “abolición” –son sus palabras, no las mías- del permiso de salida del país. Eso hay que cambiarlo, yo me sumo; pero agrego que debería ser igualmente suprimida para siempre la “negativa de regreso” para los que partieron.

La palabra cambio está en el orden del día de la sociedad cubana actual, de hoy, de ahora mismo. Pero ¿qué hará el gobierno que surja de un proceso electoral que ha durado casi un año? Eso lo califica Padura en su artículo precitado, es una “novela de misterio”, en la que todo el mundo sabe que el asesino no es el mayordomo, agrego yo.


IV

Derivada de las versiones que, de los nosotros de entonces, aquellos “cronistas de indias” hicieran en el siglo XVI, Cuba es un “cambio”, desde que empezó. Incluso la palabra “cuba” es un invento de los conquistadores.

En Cuba constantemente todo cambia, se cambia, cambiará, todo ha sido sistemáticamente (debí escribir “sistémicamente”) alterado.

Del contacto de los conquistadores con estas tierras derivó el proceso de transculturación, del que forman parte esencial los inmigrantes africanos. En sus intentos de interpretar el medio circundante, los subsajarianos inventaron un dios supremo, Olofi, desconocido por la tradición africana, donde a los “reyes” terrenales se les llamaba Alafín, vocablo de ascendencia árabe. La traslación de ambos significados no necesita comentario. Baste decir que el Olofi divino es el Alafín divinizado. Hay que llegar a ser el rey de algo para dejar su impronta en el imaginario nacional, esa es la óptica con que el ministro Prieto intenta minimizar el significado del éxodo de artistas. En este sentido habría que decir que Carlos Otero, pésele a quien le pese (entre otros, a mí) era el rey de la animación televisiva en Cuba. A Susana Pérez el pueblo la ha puesto junto a las reinas de la actuación femenina contemporánea. Pero el cronista Prieto dice que no, que no trascienden. Los Tres de La Habana forman parte de la familia Pinelli, insertada en el alto abolengo cultural cubano, pero no, en el ideario del ministro Prieto son perros mudos, no almiquíes. El ajiaco teórico de Prieto no funciona, porque se excluye del ideario popular, es un axiaj, diría mi socio Manolo.

El mismo proceso transcultural del que deriva la opinión de Prieto llega a niveles inauditos cuando cuestiona el carácter virginal de María, madre de Jesús, el Cristo. La pureza de concepción mariana fue drásticamente puesta en dudas cuando la entidad católica resultó analogada con la promiscua Ochún, con quien la tradición africana diviniza un río, a orillas del cual cristalizó la civilización de Ifé. Fue allí, junto al curso fluvial de la sabana africana, donde surgió el culto a Orula (voz de origen sincrético que analoga a Oru, el Urus egipcio, el sol, con Alá, el dios musulmán que unió a las tribus nómadas, los beduinos, del Sajara). Ochún, la Virgen María de la Caridad y del Cobre, es la patrona católica de Cuba. Santa palabra.

El contenido de la cubanidad es multicultural, hecho por inmigrantes, que fueron emigrantes de sus lugares originarios. Y una pregunta que me hice siempre: ¿Cuántos africanos, ascendentes míos, vinieron a Cuba huyendo de los sistemas profundamente represivos prevalecientes en sus lugares de origen? Hay muchos indicios de que eso pudo ser cierto.

Para colmo, los afrocubanos nos inventamos una etnia, la “tierra” lucumí, un metapaís con todas las de la ley, pues hasta incluye en su cosmovisión una religión panteísta, estructura teológica inexistente en Africa y Europa. En Cuba todo cambia. La noción de cambio, en su acepción de alteración es inherente a la de cubanía. Pero hay algunos que le tienen miedo, como los omo Changó temen a los espíritus. Pero no olvidar: Eggun obí ocha. El espíritu es todo. Lo ancestral trasciende en ti, aunque no quieras.

V

Entendida como proceso transcultural, la cubanidad es un arbitrario sistema de significados traslaticios que, según la necesidad descriptiva de los intérpretes, se acomodan a las versiones aportadas por sus conquistadores, algunos de ellos forzados, como los africanos. En el metapaís que es Cuba no existen límites para las interpretaciones. De manera que la palabra “cambio” para un cubano es contenido de amplio abanico de significantes.

Derivado de la era sacarócrata la noción de “sin azúcar no hay país” lastró el desarrollo económico de Cuba, condenándonos al monocultivo. Durante más de 200 años, entre finales de los 1700´s y principios de los 2000´s muy pocos concebía la isla desvinculada de la producción de artículos derivados de “la dulce gramínea”. Pero quien se ha metido en un cañaveral sabe que esta expresión, la analogía de la caña como algo suave, carece en absoluto de legitimidad, que es otro cambio de sentido, una tropología más. La caña es dura, amarga, como dijo un poeta, para quien la trabaja, y dulce para quien vive de los beneficios que el proceso productivo rinde.

Desde finales del siglo XVIII, las tensiones producidas por el mercado azucarero determinaron el movimiento general de la cultura cubana. Todavía perviven en el habla popular lexemas como “echar un palo”, “hacerse una paja” y otros producidos con el mundo sacarócrata.

A comienzos del siglo XIX, uno de nuestros pensadores esenciales, el cura Félix Varela, definió la importancia del universo cultural cubano de su tiempo, con la siguiente lapidaria frase:



Es preciso no equivocarse. En la isla de Cuba no hay amor a España, ni a Colombia ni a México, ni a nadie más que a las cajas de azúcar

Con estas palabras el sacerdote exiliado trataba de conjurar una invasión revolucionaria proveniente del país de los aztecas.

En un proceso que comienza con la producción clandestina en trapiches (de ahí que el verbo “trapichear” implica entre cubanos “contrabando”), el azúcar fue ocupando un lugar preeminente en el proceso de la cubanización de la tierra aborigen originaria, concordante al de su proceso de “refinamiento”. El impulso financiero y tecnológico para realizar tal empresa vino de los Estados Unidos de América que la corona española había colaborado en establecer. Con ellos, a velocidad supersónica, dirían nuestros abuelos, del trapiche (universo clandestino, semisalvaje, donde se producía la burda, oscura raspadura cambalacheda con los contrabandistas) se pasó al ingenio (universo sacarócrata, de la cultura bozal o lucumí del mascabado, mulato hasta la negra miel de purga); y por último, conectado por cables subacuáticos a la Bolsa de New York y de esta ciudad a Londres, sobrevino al central (primer paso de la globalización y la estandarización mediante la norma pol 96, y el refinamiento centrifugado del azúcar blanca), la cubanidad fue pasando de propietario en propietario, hasta enajenarse del criollo y caer en manos norteamericanas, para nuestra desgracia.

VI

Durante el siglo XX, todo fue yuma, legitimado por la Primera República, implantada en 1902, tras cuatro años de ocupación norteamericana. Fue lo mejor que pudimos lograr, o lo menos malo, tras la actitud complaciente del General Gómez con los invasores yanquis y la mano de obra semiesclava proveniente de las islas del Caribe. En la década de los años 40s, con el nuevo contrato social que se estableció con la Segunda República, la crisis del azúcar prometía una catástrofe para la cubanía. Pero vino la Revolución Cubana, y, en los años 70s, la Tercera República, encontró en Europa Oriental un nuevo mercado para un objeto en crisis y seguimos produciendo prácticamente sólo azúcar. Fue por entonces que las reinterpretaciones desde el poder cambiaron la cartilla de racionamiento en libreta de abastecimiento; el trabajo obligatorio en voluntario; la omisión del criterio y el pensamiento único en democracia participativa; y, por último, la crisis económica en “período especial”, sin hablar del picadillo extendido, el café mezclado y la negativa de regreso…

Cuando a principios de la década en curso, el Gobierno Revolucionario reconoció que el sistema azucarero cubano, destinado al mercado mundial, había colapsado con la caída en el capitalismo del campo socialista, estaba anunciando no sólo el fin de una era, sino el de la nacionalidad misma, comprendida en la perspectiva de Varela.

Ya no hay azúcar, no hay país; pero algo debemos hacer, algo debe cambiar. Se avizora, un cambio recogido en una Cuarta República, donde terminen los eufemismo que rigieron nuestras vidas, para sumirnos en la doble moneda y, su consecuencia inevitable, producida por un sistema educacional concebido para generar el silencio forzoso, la inconformidad reprimida, la doble moral.

VII

Pero, como hemos visto, el cambio es todo en Cuba y ahora se acerca uno. Será radical. Será enajenante. Nos partirá en dos. Seremos un país petrolero. Sobre la base monopolista y monoproductora que nos legaron el socialismo y el capitalismo, tan acomodado a la cosmovisión rockefelleriana contenidas en las orientaciones del grupo Bildenberg y su cúpula el CFR. En la Zona Económica Exclusiva (ZEE) de la porción del Golfo de México costera con Pinar del Río, produciremos el negro petróleo, para que en algún lugar del norte lo sinteticen, como mismo habíamos producido azúcar prieta o cruda, para que nos lo devolvieran convertidos en caramelos; pero también lo refinaremos, como le hacíamos al azúcar, en Santiago y Cienfuegos, para que en el sur lo quemen como combustible.

¿Qué universo cultural generará la ZEE? Evidentemente, siguiendo la tradición del CAMBIO, tendremos que reinterpretar nuestro universo circundante. Y es nuestra responsabilidad que lo hagamos con herramientas del momento, para que no suceda como a los aborígenes, y tenga que venir, dentro de quien sabe cuantos años, otro desconocido Manuel Pérez-Beato, a descubrirnos lo que realmente fuimos, que es lo que seremos a partir de dentro de poco, de ahora mismo casi, como quien dice ¡ya!.




Jacinto Miguel Muñiz La Vallée

6 comentarios:

  1. El Pucho con refuerzos. ¡Nada de pintadera! Cuando te caiga, a pescar cuberas y ronquitos, algunas tilapias...tomar ron noruego y mucha playa.
    Va abrazo.
    Ch.

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  2. Está duro el efori en Atocha. Playa y pescadera de roncos y tilapias! Ron noruego! Coñó! No he leído el artículo entero todavía pues ando de corre corre en computadora ajena, pero veo que es pensamiento de alto vuelo y me alegra sobremanera leer algo de mi amigo Jacintón, mi compañero de sueños perestroicos en La Habana en 1985, 86, por ahí. Luego con más tiempo vengo de nuevo. Un abrazo, Pucho y abríguese cuando vaya a pescar.

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  3. Esto, también es un medio de comunicación Machetico.
    Dentro de la jerga nuestra, una de las cualidades más notable, es la capacidad que tenemos para el absurdo, el disparate, para dejar que covivan en Noruegas Macheteros Millonarios y Tilapias con Salmones que desovan en charcas de cachaza, aguardiente de caña.

    El texto merece otra lectura y otro comentario.

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  4. Blog do guionista Marcos Galinari

    www.marcosgalinari.blogspot.com

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  5. Creo que los argumentos que empleas tienen tanto sentido, que merecen un apoyo con algo más que interrogantes.
    Que Cuba tuvo una lengua autóctona, lo creo. Que incluso el nombre es indígena, lo puedo afirmar, según las pruebas derivadas de cierta investigación que doy por comcluida por el momento, que me lleva a la certeza de que la isla forma parte de un anillo exterior que se desprendió de la mítica Atlántida en su desplazamiento hasta su ubicación actual, que he localizado, así como el perdido Paraíso Bíblico, integrado en el centro de todo.
    El satélite lo confirma.
    Os invito a dar una vuelta por www.lascosasdechurruca.com, donde tenéis material para entreteneros, con sorpresas garantizadas.
    Saludos. Vidal.

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